«Para nosotros significaba la primera Navidad
alejados de nuestra familia. Una vez más nos poníamos nostalgiosos.»
«Recordaba en particular las navidades de la abuela
Cesárea. En la mesa navideña la inmensa mayoría de lo que íbamos a degustar
provenía de su huerta y de su pequeña granja y había pasado por sus manos,
incluyendo los panes dulces que cocinaba en el viejo horno de barro, con la
particularidad de que cada uno de sus nietos tenía el suyo propio, pequeño,
pero lleno del amor que nos prodigaba a manos llenas.»
«Predominaba ese ambiente familiar, sencillo y profundo, donde las cosas se
agigantaban por los sentimientos reinantes. ¡Cuán distantes estábamos!»
«Aceptamos la invitación de Vicente para reunirnos
en su casa con otras familias argentinas. Como siempre, la tarea se repartía.
Era costumbre –por lo menos en las familias italianas radicadas en Cleveland– que
en Nochebuena había que comer pescado. Yo propuse cocinar polenta con bacalao.
No a todos les agradó la idea, pero insistí en que no quedarían defraudados.»
«En Cleveland se conseguía por aquellos años bacalao
canadiense, superior al noruego por su carne blanca de mayor espesor y blancura
y su menor contenido en sal, por lo cual el remojo requería menos tiempo.»
«Siguiendo una tradición toscana, se prepara una salsa con cebolla picada,
cocinada por unos breves minutos a fuego lento y con un buen aceite. Se agregan
tomates naturales cortados en trozos pequeños, conserva de tomate en cantidad
suficiente y ajíes morrones frescos (si es posible colorados) cortados en
tiritas de un centímetro de espesor, sal, pimienta y ají molido. El bacalao en
trozos se deposita en la salsa y en aproximadamente cuarenta y cinco minutos
está listo.»
«Así llegamos a la casa de Vicente con dos ollas que
despertaron la curiosidad. Cociné la polenta en una olla grande que María me
facilitó. En el momento indicado calentamos el bacalao y fuimos sirviendo desde
las ollas, primero la polenta, que cubríamos luego con la salsa y los trozos de
pescado. Un buen queso provolone rallado que habíamos comprado en Alesci’s,
podía ser agregado por nuestros amigos, si así lo deseaban.»
«Al principio algunos probaron con cierta
desconfianza, pero al final las ollas vacías, a pesar de que habíamos preparado
una cantidad muy abundante, eran testigos del éxito de nuestra sugerencia. La
abuela Cesárea, de alguna manera, había estado presente.»
«Además, llamamos a nuestros padres por teléfono, y así, por unos instantes, estuvimos unidos en el tiempo y en el espacio.»