«Claro está que cerrar las casas de la gente y
apostar día y noche un guardián a la puerta para impedir que nadie entrara ni
saliese, cuando quizá las personas sanas de la familia hubieren podido escapar
al mal de no tener que convivir con el enfermo, parecía una medida muy rigurosa
y cruel, y es razonable creer que muchos de los que murieron en estas
tristísimas reclusiones, a pesar de tener un apestado en la casa, no habrían
caído enfermos si hubiesen gozado de libertad. Debido a esto, al principio la
gente protestaba ruidosamente y era presa de una gran desazón, y no faltó quien
atacó y causó heridas a los hombres que vigilaban las casas clausuradas.
También hubo, en muchos lugares, quien escapó por la fuerza, como ya contaré
más adelante.»
Daniel Defoe, Diario del año de la peste
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