«Ante el peligro de la peste, rendir el último honor
a los muertos era tanto obra de piedad como de necesidad. Debido a que se hacía
imposible dar sepultura a tantos miles de cadáveres amontonados bajo las
ruinas, se designó una comisión encargada de proceder a su incineración. Se
levantaron piras entre los escombros, y la fúnebre ceremonia se prolongó
durante varios días. En medio de la general desolación, la gente buscaba
refugio en la oración y en los actos piadosos, con que esperaba aplacar la ira
del cielo.»
Alexander von Humboldt, Terremoto en Caracas, 1812
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