«No siento ningún respeto por el cuerpo. Imaginemos que usted y yo partimos en una expedición al Polo Norte o a cualquier otro sitio y que nos faltan víveres. Espero que no me matara para poder ofrecer un asado de Lorenz. Pero si me caigo y me mato, por favor sírvase. No veo la menor objeción a que coja mi hígado o mis riñones. Lloré a consecuencia de la muerte accidental de una oca domesticada, que se mató con un hilo telegráfico. Su muerte me entristeció hasta el punto que lloré, pero por eso no dejé de comerla: no había ningún motivo para cometer el pecado de derrochar su carne.»
Konrad Lorenz
Tomado de: El futuro de la vida,
de Michel Salomon