«¿Cuál es mi recomendación final para mí mismo,
el niño mago ya maduro, y para ustedes? Cuando las voces del teatro del
amanecer suenen en la cabeza dispuestas a limpiarles los senos nasales, no se
demoren, peguen un salto. Esas voces pueden desaparecer antes de que corran a
la ducha para ordenar sus ideas. La velocidad es fundamental. La carrera a 150
km por hora hacia la máquina de escribir es una cura certera contra el
desenfreno de la vida y la realidad de la muerte. Apresúrense a vivir. Sí, por
Dios. A vivir y a escribir. A toda prisa.»
Ray Bradbury, «Más rápido que la vista: Epilogo»
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